Un soldout era lo mínimo que merecen estos 20 años de carrera musical de McEnroe, y el público de Barcelona se portó. La última vez que los pudimos disfrutar al completo había sido en Sidecar, pero hacía demasiado tiempo, casi cien años…
Sobre las 20:30h subían al escenario los componentes de El Verbo Odiado, los encargados de abrir la noche, y se encontraron con un público muy predispuesto que les arropó con ganas. Desde donde yo estaba, el sonido no era demasiado bueno, todo hay que decirlo, pero los de Huesca lo dieron todo y creo que sorprendieron a muchos que no los teníamos muy escuchados. Fue una muy grata sorpresa.
Los de Getxo subieron por fin al escenario, se apagaron las luces y empezó la magia con “El sur de mi vida”. Parecía que nos diese miedo hasta respirar fuerte y estropear ese momento. Pero ese momento se convirtió en eterno, al menos todo lo eterno que puede ser un concierto de tu grupo preferido.
A la segunda o tercera canción, creo que fue con “Tormentas”, Ricardo estaba visiblemente emocionado. Todos parecían estarlo en realidad. Fue muy dulce verle secándose las lágrimas y, a la vez, irradiar felicidad por cada poro. Y la noche solo acababa de comenzar.
“La Palma”, “Cae la noche” Qué bien sonaban todas las canciones. ¡Qué grupazo! Ricardo, Jaime, Pablo, Gonzalo, Edu y Jaime Arteche. Poca broma. Se hicieron con el escenario, con la sala y hasta con la ciudad, si me apuras. Verlos tocar en directo es vivir dentro de la mejor versión del grupo, porque es indiscutible la evolución de Ricardo a la voz y a la guitarra, Pablo sigue siendo el bajista más entregado y dulce, Jaime y Gonzalo siguen tocando con una elegancia y una serenidad que abruma, la evolución de Edu a la batería es brutal, y demos gracias a la vida por ese toque tan Jaime Arteche (aka Jimi Limousin) que tuvo el cancionero “McEnril” esa noche.
Celebramos ese aniversario cantando, bailando y riendo. Gritando a pleno pulmón que “ya no temo a las mareas que vienen y van”. “Las mareas” se han convertido en un bello himno, pero no podían faltar “La cara noroeste” o “Rugen las flores”, además de maravillas como “Un rayo de luz”, “La distancia del lobo”, “Montreal” o “Luz de gas”. Eso sí, “Arquitecto” tremenda.
Vi en primera fila a una chica/niña (creo que era más niña de lo que aparentaba) que se las sabía todas, detrás de mí había dos mujeres de la edad de mi madre aproximadamente, que también se las sabían todas, y al lado tenía a un hombre emocionándose con casi cada canción. Es imposible tratar a McEnroe y a su música como si fuesen un grupo cualquiera. No lo son, porque sus letras son demasiado bellas, porque su música tiene una armonía especial, porque son unas personas que no viven el grupo por obligación (por mucho que le pese a Galán) sino por placer, y eso se nota al verlos tocar o al verlos desde lejos tomar unas cervezas después del concierto. Son gente especial, que mueve a un público especial (que no mejor).
En fin, todo este rollo para intentar transmitiros que el concierto fue precioso, divertido (esas calabazas en Gracia… me decía una amiga que “¡A todos nos han dado calabazas en Gracia!”) y corto. Muy corto. Tan corto que para los bises solo había 4 minutos y acabaron con esa maravilla que es “Mi Vietnam”. Nunca entenderé esas prisas en las salas, la verdad.
Larga vida a McEnroe, a las canciones de amor y a la luz. No larga vida a la gente que se pasó la noche gritando “¡¡El alce, el alce!!!”.
Siempre un abrazo,
Lucía
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